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20 de marzo de 2014

Casi a mediados de la veintena
siento que se me hace tarde
para disfrutar del amor adolescente.
Ese que nos tumba en la hierba
una tarde soleada de marzo
y nos hace follar en el parque una noche de verano.

Ya se acercan como buitres volando
los formalismos del carajo.
La hipoteca, los niños, el trabajo.
Ojalá aún quede algo
de lo mejor de antaño.

23 de junio de 2013

El vendedor siempre insiste dos veces.

De repente me ha invadido una enorme tristeza y tenía que escribirla para darle una vía de escape, pero supongo que cuando te invaden pretenden todo lo contrario.

Si no abriera la puerta cada vez que llaman dos veces. «Será importante», me digo, pero nunca lo es. Ahora ya no abro. Hago ruido y desde fuera pueden oír mi descaro y mi rechazo y, al cabo de un rato, dejan de insistir en molestarme.

Nadie llama para darte una alegría. Todos vienen a pedirte algo. Y, a pesar de todo, «el interés que uno despierta en la gente no dura mucho». La mayoría se vuelven al prestarles la sal. Nunca se quedan a vivir, pero no les importa pedirte la sal o la pimienta tantas veces como les permita tu dignidad. A veces te la piden a ti, a veces al de al lado. Fírmame aquí. Cómprame esto. Y se olvidan de ti, y con el tiempo, tú de ellos.

¿Y si la gente empezara a llamar desde el otro lado de la puerta, hacia afuera? ¿Respondería alguien?

Tal vez la vida y las relaciones con la gente sean como una labor comercial en la que uno llama a tu puerta para venderte algo y tú lo compras o no. Pero uno nunca sabe qué persona tras la puerta comprará tu producto. Tampoco si hará uso de él por el resto de su vida o, siendo realistas, por algunos años o meses.

A lo mejor por eso hay optimistas y hay pesimistas. Los primeros te dicen que ser comercial es un trabajo como otro cualquiera y que se puede llegar muy alto con esfuerzo; los segundos, que es un trabajo de mierda en el que te tienen explotado por una miseria y en el que sólo los lameculos con labia ascienden. A menudo los primeros son los ilusos y los que se manejan bien vendiendo cosas. Yo, la verdad, nunca he sido un buen vendedor porque, personalmente, si algo no me gusta, prefiero que no me insistan en que sí me guste. Será que la empatía no tiene lugar en una transacción comercial.

De ahí que me digan que siempre lo hago mal en estos casos. No creo que así sea, pero me engaño un poco infantilmente cuando digo «la culpa es siempre de los demás». Y los demás están de más hasta que tirando la puerta abajo para darte una alegría demuestren lo contrario. 

10 de junio de 2013

Literatura cruda.

Quiero ser crudo.

Decirte que me tienes hasta los cojones de tanta falta de autoestima. Mandarte a la mierda. Reírme en tu cara de un modo excesivamente sarcástico cuando me llores que él te trata mejor. Escupir en el suelo de tu habitación, mirarte con cara de pocos amigos y cerrar la puerta justo después de rugirte entre dientes que nunca habrá nadie que te aguante más de dos meses seguidos. Más que a modo de maldición, como parte de una drástica terapia fallida de lucidez inducida que llega a su glorioso fin con ese puñetazo verbal.

Salir al rellano, encender un cigarrillo mientras espero al ascensor y, tras un par de caladas, decirme que también estoy hasta los cojones de esperar por nada, porque nada ni nadie que merezca la pena va a llegar ya a estas alturas. Bajar desde un octavo piso por las escaleras y sentirme como un cerdo que, revolcándose en su propia mierda, es feliz, o algo parecido a lo que sea eso. Reírme como un puñetero chalado por ello y escuchar durante todo mi descenso el terrorífico eco de mis carcajadas.

Excederme. Perderme. Volverme un lobo rabioso y solitario. Quedarme sin amigos. Defraudar a mi familia. Hacer llorar a tres o cuatro buenas personas. Chupar LSD una vez al día para viajar sin parar durante el resto de mi asquerosa existencia. Vagar de bar en bar y de puticlub en puticlub metiéndome en peleas sin sentido porque ya están vacías de todo idealismo, que no es más que otro tipo de esperanza. Disfrutar de esa brecha en la ceja y ese ojo morado y de cómo mi pie revienta de madrugada una cabeza al azar en el borde de un retrete lleno de excrementos de cabrón mientras observo cómo su sangre oscura y sucia se mezcla en el suelo con la meada de cientos de hijos de puta que nunca trataron de empatizar.

Empapelar de billetes una sede importante y quemarla. Estrecharle la mano a un juez y cortársela con un machete. Acariciarle la cara hasta la muerte a un padre y una madre con un libro. Volarle los sesos a alguien instalado en una seguridad que no se merece con un rifle de larga distancia. Retirarme como un justiciero de doble moral. Salir en la tele. Siempre saludaba. Abrirme en canal y planear otra huida.

Dejar el nomadismo del que ya no tiene arreglo. Talar unos árboles con el hacha que en otro orden de cosas utilizaría para rebanar ciertos pescuezos. Construirme una choza en el campo que haya en el centro de una isla desierta. Bañarme en el océano sin temor a las fauces de un tiburón —a quién le importa que le arranquen un brazo, una pierna o la vida. Sólo a los ilusos. Tienen miedo, pero todavía creen. No ansían ser crudos ni que nadie les muestre la verdadera crudeza—. Nadar hasta perder de vista mi isla de sedentario que escapa de todo. Descubrir que sigo siendo un nómada, pero forzado. Tumbarme sobre el baile del mar. Nadie comprende, nadie comprende, nadie comprende nunca nada resonando y retumbando como tambores de guerra en mi cabeza, antes casa con ventanas abiertas, ahora prisión de mala fama. Cerrar los ojos. Calmarme con el sonido de las olas porque es incluso mejor que el mejor de los silencios.

Decidir que si voy a vivir siendo un renegado, lo mejor es exiliarse definitivamente de la vida.

Y es que quiero seguir siendo crudo y bestia, y si no, mira a nuestro alrededor. Pero a pesar de todo, siempre se me ablanda el corazón.

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«Lo que distingue al hombre inmaduro es que aspira a morir noblemente por una causa, mientras que el hombre maduro aspira a vivir humildemente por ella»

3 de junio de 2013

La vida es un toro.

La vida no es una mierda, es un toro al que hay que agarrar por los cuernos para ir sobreviviendo. Si no lo haces, quizá sobrevivas a algunos intentos esquivándola y recortándola a base de veloces golpes de cadera.

Puede que prefieras huir de ella, corriendo poseído, porque te compraste unas zapatillas nuevas y con ésas eres más rápido. Pero al final es mentira, una ilusión, y la vida siempre te acaba embistiendo sin piedad, sin un atisbo de duda.

Con suerte pasará con sus seiscientos kilos por encima de ti, pisoteándote y elevando polvo. Pero lo más normal sería que una vez que estás en el aire tras la primera embestida, ella quiera rematarte y te cornee repetidamente hacia arriba obligándote a dar vueltas como si fueras un muñeco de trapo sobre sus pitones mientras el público exclama emocionado y unos pocos intentan salvarte y te llaman héroe mientras te mueres desangrado.

Hay quien recién salido del hospital vuelve a enfrentarse al toro. Parece que disfrutan con el olor del ruedo, la sangre brotando, la adrenalina, el vulgo coreando la postrera muerte sin saber muy bien de quién. La masa que una vez acabado el circo regresará a su casa para seguir con su monótona vida. Pase lo que pase.

A veces a mí me gustaría dejarme atropellar, inmóvil, por esa mole negra e insensible con tal de ahorrarme algunos años hacia ese destino inevitable. Que me hundiera con sus cuernos en la barrera. Escupir sangre por la boca, tocar su cabeza incrustada en mi pecho, unas últimas palabras que a nadie le importan. Pero ni siquiera tengo valor para eso.

Es de noche, hace frío en primavera, soy ligero, una brisa que rasca la piel me desplaza sobre la arena en la dirección que marca cada cornada. Duele, pero no termina de matar y lo que no me mata es la inercia, llevándome de aquí a allá, a la deriva, acunándome en un vaivén de frustraciones que alimento cada noche de domingo con este plato de cobardía incurable que infecta cada parte de mi ser.

30 de mayo de 2013

Sálvese quien pueda.

No, no quiero salvar a nadie. A menudo, las personas siguen con su vida después de que las hayas salvado de lo que fuera que les atormentase. A veces es peor y te arrastran en su caída sorbiéndote las emociones, como un vampiro en medio de un agujero negro. Así que nadie me pida que le salve. Tampoco iba a hacerlo. Que cada uno se rescate solo, como pueda.

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8 de abril de 2013

Hasta la próxima despedida.

Quiero, pero
a lo mejor ya lo lloré todo en tiempos peores.
¿Y si ahora no hay nada más que eso?
Sequía
en las entrañas,
en los recuerdos e ilusiones.
Sequía
en todas partes.

Miro por la ventana y pienso
que si la tostada siempre cae
por el lado de la mantequilla
por una mera cuestión de peso,
quizá un ser humano se estrelle de cabeza
por una mera cuestión de insoportable dolor en el pecho.

¿Y si ya lo he llorado todo?
Quiero, pero,
ahora, acurrucado entre las sábanas,
pienso también que tal vez
este abril no será lluvioso.

2 de abril de 2013

3 de abril de 2013

10/11/12 La trece catorce.

Ayer murió mi mejor amigo. Lo atropelló el coche de un diplomático que giraba la calle mientras él cruzaba el paso de cebra.

Esta mañana vinieron algunos periodistas a hacerme unas preguntas por eso del morbo, la ironía y la demagogia. Nunca he sido de mucho llorar, o al menos sólo por épocas en las que lo lloro todo y no vuelvo a hacerlo en varios meses —tal y como está la vida eso es un mérito, aunque todo va por dentro, ya se sabe—. Así que accedí totalmente inexpresivo y con un suave tono de voz les regalé la exclusiva que no estaban esperando:

—No le culpo por matar a mi mejor amigo. Le podría haber pasado a cualquiera, pero es duro. Con la cantidad de malas personas que pululan por ahí haciendo daño a los demás y tienen que atropellar a una gran persona. El mundo ha perdido más que ha ganado. Se ha ido uno de los mejores. No es un tópico, es la pura verdad.

—¿Entonces culpa al señor Valcárcel de ejercer erróneamente la violencia?

Putos periodistas. La mitad barriendo para casa sin escuchar. Me ardía la sangre, pero puse cara de póquer y le mandé a la mierda sin contemplaciones. Ya tenía su titular y yo mi cara en una columna en portada. Pero por si acaso agarré el micrófono arrebatándoselo de la mano izquierda al que me hizo la pregunta y lo estrellé contra el suelo. Luego lo pisoteé mientras cuatro o cinco de los siete periodistas me llamaban facha. Creo que luego se unieron algunos vecinos que pasaban por ahí y aportaron su granito de arena gritándome "asesino".

Abrí el portal y me fui sin despedirme ni dar las gracias. Subí las escaleras rumbo a mi cama, me tumbé en posición fetal y lloré como un idealista frustrado. Tres minutos después me limpié las lágrimas con la manga, pensé en Cortázar, se me ocurrió una historia y escribí esto.

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«No me dejan... ¡No puedo ser... bueno!—balbuceé a duras penas»

10 de marzo de 2013

Responder con otra pregunta para eludir una pregunta.

«Desde que empezó a expresar lo contrario de lo que sentía, sus mentiras le procuraron más éxitos con las mujeres que cuando les decía la verdad»

Yo, que siempre no he sabido qué responder a preguntas como «¿te gusta?». Piden sinceridad, pero por mucho que las respondas con cariño y empatía que no, que ese collar nuevo que le han regalado no te gusta, se enfadarán. Y así hasta con las preguntas más importantes.

Hace tiempo que pienso que no saber mentir no es una virtud, por mucho que me sienta bien por dentro al decir la verdad. Hace tiempo que pienso que esta actitud dubitativa ante el dilema de no querer mentir y tener que hacerlo para no herir a los que quiero es un mal don. Este mirar para otro lado, este rascarse la nariz, este taparse la boca, bajar el volumen de la voz a medida que se miente a los demás, pero no a uno mismo.

Las mentiras pesan. Quizá por eso hoy que estoy más solo que nunca también me siento más ligero y a gusto conmigo mismo que nunca. Es duro reconocerlo, pero más duro es darse cuenta de que las mentiras, además de pesar, matan mucho menos que las verdades más sinceras.

Que se lo digan a este hueco vacío en la cama o a este eco en el lado izquierdo del pecho que a duras penas se llena con buenas películas y libros de grandes como Ernest Hemingway.

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Domingo, 10 de marzo de 2013, 1:38

19 de febrero de 2013

Arrugas en la frente.

Quizá tenía arrugas en la frente
de asombrarse continuamente
de la maldad de la gente.

12 de febrero de 2013

El porqué de los libros.

Un buen día le comenté a mi madre que me gustaría poder leer a gran velocidad para conseguir leer todos los libros interesantes del mundo que hubieran sido escritos desde que existe el arte de la literatura. Yo y mi ansia por conocerlo todo. Ver todas las buenas películas del mundo, viajar a todos los rincones del mundo, leer todos los buenos libros del mundo, escuchar toda la buena música del mundo. Tantas buenas cosas en permanente crecimiento y tan poca vida para disfrutarlas.

Entonces mi madre me respondió que a ella también le gustaría leer como Número 5 en ‘Cortocircuito’, pero que entonces se perdería la magia. Al final las personas dejarían de leer porque los libros perderían la noble capacidad de hacernos desconectar de la vida en los malos momentos.

Del guantazo de lucidez nació el porqué de los libros.

27 de enero de 2013

Sabadomingo.


Me ha salido una cana en la barba
y tú nunca lo sabrás
y entonces pienso en
cuántas cosas nos hemos perdido
el uno del otro
en casi un año
y cuántas
podrán llegar a ser
en una vida.
Y pienso en los demás,
en que respiro cada día
el polvo de sus ilusiones
y promesas rotas
y estornudo.
Y hoy me llevé un puñetazo.
Me imaginé pegando alaridos
joder, llamad a una puta ambulancia

pero no, sólo un golpe,
nada de tabiques nasales destrozados,
siempre a medias,
nunca las cosas plenas.

17 de octubre de 2012

El mundo es demasiado pequeño como para ser un pañuelo.

No me termino de acostumbrar a despedirme, pero el adiós está ahí. Cada cierto tiempo te cruzas con aquél o sabes de tal o piensas en cuál. Y nada. No sabes si fue de raíz o si fue poco a poco, el caso es que ya no. Ya no hay ‘feeling’, ya no hay confianza, por no haber, no hay ni un mísero qué tal. La complicidad murió por el camino. O la matamos. O la perdimos por no cuidarla. O vete a saber. Culpa tuya o mía, eso qué más da a estas desalturas de la vida. Y sé muy bien que las mejores relaciones se sustentan en la complicidad. Cada día me voy quedando con menos cómplices de supervivencia y hacer que nazca en alguien o recuperarla requiere tanto trabajo que no tengo ganas de volver a empezar.

Todos tenemos al menos a una persona de la que sabíamos todo y lo sabemos hasta que se marchó o nos marchamos. Y ahora qué. Sólo nos queda una tímida, triste y educada sonrisa acompañada de un hola en voz muy baja que esconde un tremendo adiós con sabor a te echo de menos que dura los dos segundos que tardas en cruzarte con esa persona/s. Apetece girarse en un arrebato de nostalgia, pero preferimos seguir. Seguir.

La ciudad está llena de perfectos desconocidos. Miradas transparentes que un día lo fueron todo. Queman.

Crecer es aprender a despedirse.

No sé si estoy aprendiendo o si me estoy negando. Y si crezco, entonces es que estoy muriendo.

El tiempo pasa, el mundo gira, la gente cambia… o no.

17 del 10 de 2012, miércoles

11 de septiembre de 2012

La evolución del yo.

El otro día rebuscando en mi biblioteca descubrí 'Existir todavía' un recopilatorio de poemas de Mario Benedetti a sus 83 años y '20 poemas de amor y una canción desesperada' y decidí volver a leerlos después de tanto tiempo y al hacerlo me sentí recién desvirgado. Estrofas subrayadas ya no me decían nada; versos antaño ignorados ahora me taladraban el alma. Fue como cuando vi hace ya varios años 'Matrix' por tercera vez y comprendí muchas más cosas. Y estoy completamente seguro que hoy en día entendería otras muchas más. Y todo esto me hizo pensar.

Yo soy todos mis yos a lo largo de mi vida a la vez que yo soy varios yo en este preciso instante. Dentro de mí hay muchos Rubenes: el idealista, el pragmático, el cínico, el egoísta, el pasota, el sensible, el simpático y bromista, el introvertido. Así que, dicho esto, no sería raro pensar que cada vez que leemos el mismo libro o vemos la misma película o escuchamos la misma canción en diferentes momentos de nuestra vida captamos diferentes cosas porque somos otros, aunque seamos en esencia los mismos. Es como si el tiempo y las experiencias vividas nos dieran otra visión, otra perspectiva, otro enfoque, y ya no sólo tiempo, sino los propios sentimientos del momento, sobre todo con las canciones. Como el que va a una exposición de arte y tiene que alejarse para comprender la totalidad del cuadro.

Y después de todo esto las dos preguntas que lanzo al aire son éstas:

¿Cuándo se deja de ser diferente o de evolucionar? O mejor dicho: ¿durante la juventud es cuando más se “evoluciona" y por tanto se notan más los cambios en las diferentes lecturas, visiones o escuchas o esta constante renovación del yo dura siempre?

¿Debería volver a leer o ver esos libros y películas para descubrir qué nuevas cosas observo gracias a mi evolución del yo o es mejor que permanezca la magia o la decepción de la primera vez?

11-S-2012

17 de enero de 2010

Me gustaría no tener nada que perder.

Me gustaría no tener nada que perder para olvidar al miedo. Me gustaría no tener nada que perder para arriesgar. Me gustaría no tener nada que perder para ser libre. Me gustaría no tener nada que perder para cumplir sueños. Pero sobre todo, me gustaría no tener nada que perder para cerrar ciclos de sangre que quedaron impunes, para escribir el verdadero punto final, para dar existencia a algo que nunca existió... Sí...

Me encantaría no tener nada que perder



para tomarme la justicia por mi mano.


6 de enero de 2010

Perfección soñada/imposible.

Giré la esquina más oscura y vi respeto, generosidad, amabilidad, humildad, confianza, bondad innata, solidaridad, inteligencia, amor, cariño, sinceridad, alegría, justicia, responsabilidad, optimismo, libertad, valentía, seguridad...

Todo era perfecto. Filosofar ya no era necesario, podía jubilarme anticipadamente. Yo y la gente como yo podíamos colgar los pensamientos, alguien nos regalaría una figurita griega de oro. Me quité las chinchetas que me sujetaban la sonrisa para poder hacerlo por mí mismo. Iba a sonreír, a gritar de alegría, a cantar, a bailar, a saltar, a reír, a abrazar, a besar y entonces...


ME DESPERTÉ

26 de noviembre de 2009

Soltando valioso lastre.

Ya me río por no llorar. A veces pienso que llevo escrito a fuego en la frente un acertado adjetivo y no me doy cuenta. Que me leen “TONTO” y me río en tu cara. Sí. Y que cuando todo va bien, inevitablemente, algo malo viene detrás. Es ley de vida, ley de tontos, ley de Murphy, ley de mí.

Que “al que saque el palillo más corto” y ya me ha tocao’ antes de cogerlo. ¡Que soy pares! Y sale nones. Que “¡Rubén el último!”. Que soy todos los putos números del dado de los idiotas. Pero ese es otro tema.

Los trenes pasan una vez, y por ti, giraron, volvieron, cambiaron de vía, de estación, de andén, pararon, abrieron, te subieron, arrancaron, se fueron y otra vez a empezar. Una detrás de otra. Pero el carbón de las calderas se terminó quemando más de la cuenta y tuve que soltar valioso lastre.

Qué raro y a la vez familiar se me hace todo esto...

Y es que ya no sé si estamos todos tontos, si soy un loco entre cuerdos o un loco contra las cuerdas.

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