Mostrando entradas con la etiqueta Idealismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Idealismo. Mostrar todas las entradas

10 de junio de 2013

Literatura cruda.

Quiero ser crudo.

Decirte que me tienes hasta los cojones de tanta falta de autoestima. Mandarte a la mierda. Reírme en tu cara de un modo excesivamente sarcástico cuando me llores que él te trata mejor. Escupir en el suelo de tu habitación, mirarte con cara de pocos amigos y cerrar la puerta justo después de rugirte entre dientes que nunca habrá nadie que te aguante más de dos meses seguidos. Más que a modo de maldición, como parte de una drástica terapia fallida de lucidez inducida que llega a su glorioso fin con ese puñetazo verbal.

Salir al rellano, encender un cigarrillo mientras espero al ascensor y, tras un par de caladas, decirme que también estoy hasta los cojones de esperar por nada, porque nada ni nadie que merezca la pena va a llegar ya a estas alturas. Bajar desde un octavo piso por las escaleras y sentirme como un cerdo que, revolcándose en su propia mierda, es feliz, o algo parecido a lo que sea eso. Reírme como un puñetero chalado por ello y escuchar durante todo mi descenso el terrorífico eco de mis carcajadas.

Excederme. Perderme. Volverme un lobo rabioso y solitario. Quedarme sin amigos. Defraudar a mi familia. Hacer llorar a tres o cuatro buenas personas. Chupar LSD una vez al día para viajar sin parar durante el resto de mi asquerosa existencia. Vagar de bar en bar y de puticlub en puticlub metiéndome en peleas sin sentido porque ya están vacías de todo idealismo, que no es más que otro tipo de esperanza. Disfrutar de esa brecha en la ceja y ese ojo morado y de cómo mi pie revienta de madrugada una cabeza al azar en el borde de un retrete lleno de excrementos de cabrón mientras observo cómo su sangre oscura y sucia se mezcla en el suelo con la meada de cientos de hijos de puta que nunca trataron de empatizar.

Empapelar de billetes una sede importante y quemarla. Estrecharle la mano a un juez y cortársela con un machete. Acariciarle la cara hasta la muerte a un padre y una madre con un libro. Volarle los sesos a alguien instalado en una seguridad que no se merece con un rifle de larga distancia. Retirarme como un justiciero de doble moral. Salir en la tele. Siempre saludaba. Abrirme en canal y planear otra huida.

Dejar el nomadismo del que ya no tiene arreglo. Talar unos árboles con el hacha que en otro orden de cosas utilizaría para rebanar ciertos pescuezos. Construirme una choza en el campo que haya en el centro de una isla desierta. Bañarme en el océano sin temor a las fauces de un tiburón —a quién le importa que le arranquen un brazo, una pierna o la vida. Sólo a los ilusos. Tienen miedo, pero todavía creen. No ansían ser crudos ni que nadie les muestre la verdadera crudeza—. Nadar hasta perder de vista mi isla de sedentario que escapa de todo. Descubrir que sigo siendo un nómada, pero forzado. Tumbarme sobre el baile del mar. Nadie comprende, nadie comprende, nadie comprende nunca nada resonando y retumbando como tambores de guerra en mi cabeza, antes casa con ventanas abiertas, ahora prisión de mala fama. Cerrar los ojos. Calmarme con el sonido de las olas porque es incluso mejor que el mejor de los silencios.

Decidir que si voy a vivir siendo un renegado, lo mejor es exiliarse definitivamente de la vida.

Y es que quiero seguir siendo crudo y bestia, y si no, mira a nuestro alrededor. Pero a pesar de todo, siempre se me ablanda el corazón.

american_psycho_patrick_bateman

«Lo que distingue al hombre inmaduro es que aspira a morir noblemente por una causa, mientras que el hombre maduro aspira a vivir humildemente por ella»

3 de abril de 2013

10/11/12 La trece catorce.

Ayer murió mi mejor amigo. Lo atropelló el coche de un diplomático que giraba la calle mientras él cruzaba el paso de cebra.

Esta mañana vinieron algunos periodistas a hacerme unas preguntas por eso del morbo, la ironía y la demagogia. Nunca he sido de mucho llorar, o al menos sólo por épocas en las que lo lloro todo y no vuelvo a hacerlo en varios meses —tal y como está la vida eso es un mérito, aunque todo va por dentro, ya se sabe—. Así que accedí totalmente inexpresivo y con un suave tono de voz les regalé la exclusiva que no estaban esperando:

—No le culpo por matar a mi mejor amigo. Le podría haber pasado a cualquiera, pero es duro. Con la cantidad de malas personas que pululan por ahí haciendo daño a los demás y tienen que atropellar a una gran persona. El mundo ha perdido más que ha ganado. Se ha ido uno de los mejores. No es un tópico, es la pura verdad.

—¿Entonces culpa al señor Valcárcel de ejercer erróneamente la violencia?

Putos periodistas. La mitad barriendo para casa sin escuchar. Me ardía la sangre, pero puse cara de póquer y le mandé a la mierda sin contemplaciones. Ya tenía su titular y yo mi cara en una columna en portada. Pero por si acaso agarré el micrófono arrebatándoselo de la mano izquierda al que me hizo la pregunta y lo estrellé contra el suelo. Luego lo pisoteé mientras cuatro o cinco de los siete periodistas me llamaban facha. Creo que luego se unieron algunos vecinos que pasaban por ahí y aportaron su granito de arena gritándome "asesino".

Abrí el portal y me fui sin despedirme ni dar las gracias. Subí las escaleras rumbo a mi cama, me tumbé en posición fetal y lloré como un idealista frustrado. Tres minutos después me limpié las lágrimas con la manga, pensé en Cortázar, se me ocurrió una historia y escribí esto.

1361567811

«No me dejan... ¡No puedo ser... bueno!—balbuceé a duras penas»

25 de marzo de 2013

La supervivencia de las malas especies.

Ahora que lo pienso en frío quizá fue el exceso, aunque eso ya da igual. La enfermera me ha traído algo de cenar demasiado pronto y lo he comido sin ganas, forzando. Sopa de fideos, judías verdes con patata cocida, un poco de pan y agua mineral. Creí que estaría soso. No fue así, pero sin hambre tampoco me supo a gloria.

Es la una de la madrugada. Hace un par de horas llamé a la enfermera y le pedí amablemente una libreta y un bolígrafo de tinta azul. Me miró raro, pero al cabo de unos minutos me trajo ambos. Al darle las gracias observé sus ojos. No era demasiado guapa, pero sus ojos me transmitieron paz, bondad y un poco de tristeza. Quise abrazarla, pero simplemente sonrió al escucharme y se marchó. Estuve unos minutos pensando en ella y en mi obsesión con las personas con conflictos. Como si gran parte de mis amores se basaran primero en la protección y salvamento para más tarde pasar al romanticismo masoquista y la decepción. Una especie de cariño paternal. Una ONG con patas. Un psicólogo enamorado de su paciente. Estuve meditando sobre eso, como digo.

La verdad, me resulta imposible dormir en estos sitios por más que quiero. Odio los hospitales. La habitación es acogedora y la camilla es cómoda comparada con otros hospitales en los que he estado, pero estoy deseando irme de aquí. A veces tengo la impresión de que oigo los quejidos de una anciana de madrugada. Y, aunque me duele la cabeza, preferiría que vinieran a casa a curarme las heridas.

Quién me mandaría a mí hacer justicia. Ahora yo estoy aquí y ese malnacido probablemente esté ahora presumiendo delante de sus amigos malnacidos mientras se mete una raya de coca en el baño de una discoteca de mala muerte rodeado de otros como él. La policía nunca está cuando la necesitas y viceversa. Pero no pude evitarlo y no puedo asegurar que no lo volvería a hacer porque cada vez estoy más en contra del mundo por no estar con él. A lo mejor no es la manera correcta de ir a contracorriente; lo correcto siempre debería ser justo, pero lo justo no siempre es lo correcto. Son dilemas de idealista, pero 6-6. Menudo cretino. Como si no hubiera visto que la mayoría de bolas no se habían jugado. Y le pregunto con toda mi buena intención «cuánto vais» y me mira y responde «6-6» con sorna, la sonrisa torcida y su cara de escoria humana. Y claro, no pude contenerme. Llevaba ya recorridos unos cuantos centilitros de cerveza como para aguantar sarcasmos de ese tipo, así que le respondí que era muy gracioso retándole a un duelo de sarcasmos y lo que surgiera. Me miró mientras jugaba sin soltar las manos de los manillares, y mis amigos, que eran sus rivales en la partida de futbolín, me llamaron por mi nombre como intentando tranquilizarme y algo sorprendidos por mi arrebato justiciero, ya que yo siempre he sido un tipo pacífico o cobarde, según se mire, o reflexivo, que diría Dostoyevski, de ésos que no hacen nada de tanto reflexionar, o de ésos critican desde el sofá o cuando ya ha pasado la ocasión de pegar un par de puñetazos bien dados. El compañero del malnacido graciosillo se empezó a reír socarronamente como sabiendo ya lo que se venía después. «¿Sabes con quién estás hablando?». Ni lo sabía ni me importaba, ya estaba decidido. Le contesté que «probablemente con un gilipollas» y quise ser más rápido que su maldad innata: intenté abrirle la cabeza con el tercio de cerveza que llevaba en la mano. Evidentemente, ninguno de los dos estaba sobrio, pero el inexperto era yo. Me esquivó inclinándose a un lado a la vez que me soltaba un puñetazo que, por suerte, no me alcanzó en la mandíbula. A continuación, nos agarramos y forcejeamos como dos estúpidos borrachos. Aproveché para soltarle un cabezazo en la nariz que no debió de impactarle del todo bien porque lo siguiente que recuerdo es un golpe muy fuerte en la cabeza, ruido de cristales y una serie de patadas en las costillas, más una en la cara, que recibí estando ya en el suelo. Oí gritos. Me recogió en la puerta del bar La Varita una ambulancia a la que llamaron mis amigos y, una vez aquí, cosido, dolorido y magullado me resigné a aceptar que no soy un héroe de película y tal vez nunca lo sea. Al menos, no de esta manera.

Eso ocurrió anoche. Creo que mañana me darán el alta. Sé que ya no me queda alcohol en la sangre porque tengo miedo. Tengo miedo a que ese cabrón me vea por la calle en el barrio y me vuelva a mandar al hospital. Y qué injusto me parece. Suena infantil e inmaduro, pero supongo que al final siempre ganan los malos. Aún me parece un tópico, pero claro, tampoco soy quién para juzgarle. Al fin y al cabo soy yo el que casi le abre la cabeza con una botella de cristal con tal de hacer mi justicia ideal.

1362750467

9 de agosto de 2012

Obsolescencia programada (IV)

Salí rápido del hospital de idealistas terminales. Y tú fuiste casi tan rápida como yo en tirarme la caña, así, como si nada. Yo, que más que atún me veía holograma de boquerón, me pregunté qué demonios te pasaba en el cerebro, si es que alguna vez lo habías tenido. Te echo de menos. Que me echabas de menos. Abstrayendo tus palabras algo de razón tenías. Me echabas. Menos. Eso era yo.

Te di la razón como a los locos, quise ser pragmático y me rompí en tu lecho de madrugada, pero no, esta vez no me até ninguna mierda explosiva a ninguna parte de mi cuerpo porque no quería, porque te veía venir y porque tampoco tenía demasiado cuerpo como para atarme cualquier cosa. Y en cuanto a lo de pasear, paseamos básicamente por mi cama, salvo dos o tres días.

Eso debió de molestarte mucho. Eso de no poder juguetear con el botón rojo de un detonador te puso de muy mal humor, te puso muy tú. Fuiste a por todas, ya lo creo que sí. Tenías tal cabreo que sacaste todo tu repertorio de maldades y sartas de engaños. Y entonces, la noche que me pusiste la puntilla en forma de cuerno, fue la definitiva.

***

Una vez me hablaste de la obsolescencia programada y comprendí. Se nos quedó obsoleto el amor. Lo programaste tú. O quizá fui yo.

 obsoleto

2 de agosto de 2012

Obsolescencia programada (III)

El verano fue una excusa para lavar y curar con sal las heridas y para tratar de empaparme y mojarme, pero sólo me tostó las ilusiones. Cáncer de pecho y sin ganas ni de cáncer ni de quimio ni siquiera, a veces, de palmarla.

Pasaron los meses y, con tanta radiación y tanto frío en soledad, cogí una neumonía mental y quise volver a saber de ti, que la mosca ya no me importaba tanto porque ahora me sentía Spider-man.

Así que me até 50 kilos de dinamita al torso y salimos a pasear por la ciudad con muchas dudas y esta vez me injerté el detonador bajo la piel para prevenir. Te hacía el amor o lo que fuera ya eso lo justo y suficiente para que no pareciera intencionado el uso de mis nuevos superpoderes. Te quería hacer sufrir por detrás como tu cuchillo en mi espalda para que supieras lo que se siente. Más tarde, acabé sucumbiendo a mi idealismo crónico y enfermizo.

amanteguisante

Un día salimos a cenar y al llegar a casa, entre jadeo y orgasmo, me arañaste la espalda para quitarme el detonador. Como hombre, yo no estaba a lo que estaba, y hasta que no eyaculé, no sentí la metralla en lo que me quedaba ya de alma: la mitad de la mitad de la mitad de la mitad.

Pasé unas semanas preguntándome qué coño me había pasado, qué coño me había aniquilado vilmente. Finalmente, me sacaron por la puerta de atrás de la plaza, muerto de heridas, cornudo de por vida.

tormentadeverano

6 de agosto de 2012

Obsolescencia programada (II)

Pero el masoquista tira para el Cáucaso, donde un águila devora cada día los corazones regenerados con esa misma frecuencia de todas las personas que se atreven a subir allí, a volver o a dejar que les suban. Y entonces me sentí como Jacob, como te dije una vez, el sarcástico y masoquista Jacob.

Y me até 40 kilos de nitroglicerina al torso y salimos a pasear por la ciudad, al principio con cuidado de ver dónde y cómo pisábamos, pero enseguida nos atrevimos a correr, a saltar, a saltar a lo Heidi y de la mano y a la pata coja. Me cogiste el detonador, pero sólo un rato, eh, sí, tonto. Y ahora a caballito y ahora en brazos y a dar volteretas y fue cuando intenté ganarte corriendo de espaldas.

dos

Una piedra que me resultaba familiar me hizo tropezar y caí y ponte tú a levantar a un tío con 40 kilos de nitroglicerina pegados al cuerpo. Pasaste del tema, necesitabas tiempo, tiempo para ponerte en forma y pensar, pensar en cómo levantarme haciendo el mínimo esfuerzo. Y lo pensabas mientras mirabas cómo se posaba una mosca en tu ombligo, justo al mismo tiempo que yo era una cucaracha patas arriba y, aunque no me llamo Gregorio ni mi padre Frank, juro que me sentí así.

Me cansé de esperar, así que aproveché una patada y un consejo para darme la vuelta. Fui a tu casa a recoger el detonador y me reventé yo mismo el pecho, total, de ilusos y putas al río, y te dejé con la mosca en el ombligo y la puerta en las narices. Y ¡ay! ¡Que me has hecho daño! ¡Justo iba a salir ahora a por ti!

Típico.

3 de agosto de 2012

Obsolescencia programada (I)

Una vez me hablaste de la obsolescencia programada.

***

Hoy leí una frase que decía "cuando estás conociendo a alguien, siempre llega ese momento en el que tienes que decidir si seguir adelante o plantarte" y como kamikaze, como romántico suicida, me inmolé por y para ti.

Me até 20 kilos de C4 alrededor de la cabeza y salimos a pasear por la ciudad. Te idealicé y te vi con otros ojos. Inspiré tu aroma con otra nariz, mi piel era de gallina con un par de huevos antes de ti y probé de tu sed y me supo placenteramente ácida antes de beber de ti. Te idealicé y en pleno éxtasis de la idea hasta te presté el detonador porque me preguntaste por él y en un despiste me volaste la cabeza. Mira, un asteroide ahí va.

otoño

Me dolió mucho, amor. Pero más que la cabeza satélite, lo que me dolía eran las secuelas, el polvo de planes, sueños y promesas flotando en mi habitación, la nada, los porqués, el vacío... El vacío. EL VACÍO. Quise abrazar y sólo encontré aire, un hueco enorme, una extremidad que aún me picaba y que ya no estaba, joder. Y el cuchillo, oh, cariño, eso era lo peor. Nunca me han apuñalado, pero no debe ser muy diferente a aquello. Esa sensación de desgarro lento en las tripas que me hacía retorcer y mutar en feto. No sé si era un enano cabrón, tú sádica en la distancia o cada una de las mariposas armada hasta los dientes intentando sobrevivir, intentando escapar de esa prisión putrefacta, de esa selva de desilusiones y desesperanzas que incluso un vietnamita curtido en la batalla habría odiado hasta el punto de desear su propia muerte antes que esa tortura, antes que esa brutalidad en las entrañas.

Y mientras, morí varias veces al día, ahogado en sal, aquel raro diciembre.

Related Posts with Thumbnails