27 de mayo de 2016
El domingo forja.
28 de diciembre de 2013
Los hombres tristes.
Papá es un hombre triste. Y como hombre triste deprime con sólo una mirada, con sólo unas palabras. Incluso con una sonrisa. Incluso cuando no pasa nada triste.
Estamos en el coche de papá triste. Volvemos a nuestra otra casa. Es domingo por la noche y en la radio suena Michelle, de los Beatles. Estamos todos en silencio y papá triste decide cambiar de emisora justo cuando la locutora de voz con tono dominical está diciendo:
— … y como broche de oro a Rubber Soul en esta serie sobre los grandes discos de los Beatles tenemos esta canción de la que John Lennon dijo que fue su primera canción real. Hay conflicto en la autoría, ya que Paul asegura que la melodía es creación suya…
— No. Deja ésa, la de antes. Me gusta esa canción.
— … pero lo que está claro es que esta oda a su ciudad, a Liverpool, es una bella canción y una de las mejores del grupo. Buenas noches, esto es In my life.
“There are places I remember
All my life though some have changed
Some forever not for better
Some have gone and some remain
All these places have their moments
With lovers and friends I still can recall
Some are dead and some are living
In my life I've loved them all”
El silencio inunda el coche gélido en esta noche de noviembre. Cruzo los brazos para meter las manos bajo las axilas de mi abrigo. Tengo la mirada perdida. Papá triste gira a la derecha hacia una calle estrecha.
“But of all these friends and lovers
There is no one compares with you”
Un coche blanco se para en el medio. Pone las luces de emergencia. No podemos pasar. Por un rato no ocurre nada.
“And these memories lose their meaning
When I think of love as something new”
Un hombre negro sale del asiento del conductor e intenta abrir la puerta de atrás. Se atasca. Papá triste se impacienta.
“Though I know I'll never lose affection
For people and things that went before”
El hombre finalmente abre la puerta y empieza a desabrochar la silla de un bebé. Del asiento del copiloto sale una adolescente. El conductor le pasa su hija pequeña a los brazos de su hermana. Otro niño pequeño sale del coche. Y papá triste se enfada:
— Joder, no podía ponerse a un lado, tiene que hacerlo aquí en todo el medio y que no podamos pasar. ¡Que no es el único del barrio!
“I know I'll often stop and think about them”
Nadie en el coche contesta. Sigo observando cómo el hombre negro se despide de sus tres hijos y nos hace un gesto de disculpa antes de reanudar la marcha.
“In my life I love you more”
Tiene el coche roto por detrás. De repente, me pongo muy triste. “Hay belleza en lo triste”, me digo.
“In my life I love you more”
— Adiós, papá.
— Que paséis buena semana.
— Igualmente.
Subo a oscuras la escalera que me lleva a casa. Mi hermana sube por el ascensor. Ha sido un fin de semana duro. Ayer me sentí como Holden Caulfield.
Papá es un hombre triste y yo que escribí esto creo que también.
Mamá dice que los hombres tristes mueren solos porque nadie quiere estar con ellos.
No quiero ser un hombre triste, mamá.
A veces la vida nos acaba convirtiendo en quien no queremos ser, hijo.
30 de septiembre de 2013
De cenizas.
Me pone triste. Le juro que me pone muy triste cuando me mira con esos ojos castaños y me pregunta un poco avergonzada que si me gustan los sándwiches de tortilla francesa con tomate, que se le han quemado un poco. Y, dios mío, la mentiría si dijera que sí porque en realidad estaban negros y la lengua me estaba sabiendo a ceniza.
No sé. A lo mejor es que es domingo por la noche y no soy consciente, pero ayer me pasó algo.
Ayer tuve que salir de madrugada para ir a trabajar y cuando volví, mientras veíamos una película tumbados en el sofá, me soltó la frase más triste que nunca me ha dicho una mujer, y me han dicho muchas cosas tristes, no vaya usted a pensar que soy nuevo en esto de los declives amorosos. Me dijo:
anoche se te olvidó taparme cuando te fuiste
Entonces se calló y, al ver que no contestaba, apartó la mirada de la televisión para mirarme desde mi regazo, hacia arriba. Y yo no quería mirarla, pero a veces uno tiene que echarle valor aunque duela y la miré y sólo pude decir "lo siento". Y la vi. Vi esa lágrima de primer dolor asomando en sus ojos, y tal vez me lo imaginase, pero me vi a mí también reflejado en ella con la cara demacrada. Fue un instante porque ella no quiso mostrarse débil. Pero la vi. Juro que la vi. Y lo peor de todo es que ni siquiera tenía ganas de abrazarla.
Siempre he pensado que "lo siento" es una bella palabra en castellano, pero yo ni siquiera lo sentía. Y no, después de meses tapándola cada noche con cariño, no se me había olvidado hacerlo la noche anterior. Simplemente, antes de marcharme, la vi destapada y medio desnuda en la cama y me fui. Me fui y nada más. Me fui sin un mísero rastro de compasión o empatía, me fui sin una mísera pizca del amor que me había hecho, años atrás, comerme con mi mejor sonrisa un plato de arroz y pollo completamente calcinado. El mejor que haya probado nunca.
29 de septiembre de 2013
28 de septiembre de 2013
Cuánto ha llovido desde entonces.
La he visto en la barra del bar.
Ríe con dos chicos mientras su amiga, que lleva pintados los labios de rojo, juega con el pelo.
En un momento de su conversación extremadamente graciosa gira la cabeza desintencionadamente y su mirada se posa en mí.
Les dice algo. Toca a uno en el brazo al hacerlo. Se acerca divertida y sonriente y dice hola. De fondo los tres miran hacia donde estoy sentado desafiantes, prepotentes.
Me late el corazón, pero me hago el sorprendido y logro que no me tiemble la voz al responderla
Hola, qué tal.
(No escucho nada de lo que viene después. Incluso hablo por inercia, pero ella no se da cuenta. Nunca se daba cuenta de nada importante)
Unos segundos más tarde solamente aprecio que suena nuestra canción en el bar y los dos nos miramos a los ojos en silencio durante quince.
Segundos.
Que se hacen.
Eternos.
Antes de irse otra vez me suelta demasiado contenta, risueña
Cuánto ha llovido desde entonces.
Sí, respondo.
No me sale nada más. Nunca he sonreído tan triste.
Justo después, alguien me agarra las vísceras y las retuerce con fuerza. Siento cómo me estallan bajo la implacable fuerza de esos dedos invisibles. Ella mueve el culo mientras se marcha.
Eres gilipollas, pero te quiero, me digo. Me acuerdo de sus manos. Por qué me acuerdo de sus manos. Me empiezo a inventar recuerdos. Quiero irme a dormir a casa. O mejor: quiero ahogarme en una botella de ron. Pero sólo hay cerveza o una copa y quiero beber directamente de la botella. Desisto. Puto desgraciado.
Los hombres no lloran, pero lloro al llegar a casa.
Cuánto ha llovido desde entonces. Sí. Hoy no he muerto, mamá. Me voy directo a la cama. Es lo que más se parece a morir. Ojalá que no me despierte mañana. Ojalá que no me despierte mañana. Ojalá que no me despierte...
Pero me despierto y al subir la persiana el día está gris y llueve flojo pero incesantemente.
Cuánto ha llovido desde entonces.
Cuánto sigue lloviendo.
Cuánto va a llover.
Cuándo dejará de llover.
Quién.
Me hago un café. Miro al infinito de nada. Estoy en bata y al pensar que la vida sigue me repudio por haber llegado a ser tan pelele. Por haber llegado a ser tan patéticamente pusilánime.
Agosto de 2013
3 de junio de 2013
La vida es un toro.
La vida no es una mierda, es un toro al que hay que agarrar por los cuernos para ir sobreviviendo. Si no lo haces, quizá sobrevivas a algunos intentos esquivándola y recortándola a base de veloces golpes de cadera.
Puede que prefieras huir de ella, corriendo poseído, porque te compraste unas zapatillas nuevas y con ésas eres más rápido. Pero al final es mentira, una ilusión, y la vida siempre te acaba embistiendo sin piedad, sin un atisbo de duda.
Con suerte pasará con sus seiscientos kilos por encima de ti, pisoteándote y elevando polvo. Pero lo más normal sería que una vez que estás en el aire tras la primera embestida, ella quiera rematarte y te cornee repetidamente hacia arriba obligándote a dar vueltas como si fueras un muñeco de trapo sobre sus pitones mientras el público exclama emocionado y unos pocos intentan salvarte y te llaman héroe mientras te mueres desangrado.
Hay quien recién salido del hospital vuelve a enfrentarse al toro. Parece que disfrutan con el olor del ruedo, la sangre brotando, la adrenalina, el vulgo coreando la postrera muerte sin saber muy bien de quién. La masa que una vez acabado el circo regresará a su casa para seguir con su monótona vida. Pase lo que pase.
A veces a mí me gustaría dejarme atropellar, inmóvil, por esa mole negra e insensible con tal de ahorrarme algunos años hacia ese destino inevitable. Que me hundiera con sus cuernos en la barrera. Escupir sangre por la boca, tocar su cabeza incrustada en mi pecho, unas últimas palabras que a nadie le importan. Pero ni siquiera tengo valor para eso.
Es de noche, hace frío en primavera, soy ligero, una brisa que rasca la piel me desplaza sobre la arena en la dirección que marca cada cornada. Duele, pero no termina de matar y lo que no me mata es la inercia, llevándome de aquí a allá, a la deriva, acunándome en un vaivén de frustraciones que alimento cada noche de domingo con este plato de cobardía incurable que infecta cada parte de mi ser.
5 de agosto de 2012
Érase un domingo.
Los domingos son los días oficiales para echar de menos. Y así a lo largo de toda tu larga y rebosante de recuerdos vida. Eso es así. Los domingos son un sinsentido. Los domingos son para masoquistas. Se alimentan de la nostalgia, de los recuerdos, de los románticos, y no dan ardores, dan melancoligitis aguda.
A mí, como miembro de Melancólicos Anónimos, como campeón del mundo en lo que a echar de menos se refiere y como poseedor de dicho récord mundial, que lo bato día sí día también, los domingos me provocan alergia. Mucha. Los domingodio.
Hoy en día no me hace falta mirar un calendario ni pensar en ello para saber que estoy viviendo las 24, que parecen 48, horas de un asqueroso domingo. Mi cuerpo ya lo sabe, como diría el espiritualoide Paulo Coelho "todo mi organismo conspira para tocarme las narices los domingos". Mi biorritmo se pone de luto y ponte tú a estudiar o a vivir o a lo que sea que te apetezca y que hoy no vas a hacer porque no te sientes con ganas de nada. Estás eso, desganao'. Como mucho erosionas el techo de tu habitación con la mirada desde tu posición horizontal en la cama. Y da gracias, a veces sólo duermes y duermes, que al final te sale el domingo por la culata y te sienta ídem porque te tiras hasta las tantas de la madrugada domingueando, dícese de realizar todas las acciones típicas de domingo tales como picar entre horas por puro aburrimiento, escuchar música deprimente, leer mensajes antiguos, fotos antiguas, etc., etcétera, etc.
En definitiva, que me cago en los mierdomingos, como ellos en mí. 52 veces al año, unas 4160 hasta que muera o me mate un puto séptimo día.
Dios, descansó el séptimo día de la semana después de crear el mundo, así que tal vez la culpa, para variar, sea suya, que se tumbó en su trono hecho de nube, se puso a tocárselos a dos manos y ahora estamos pagando toda la humanidad a lo largo de generaciones y generaciones su pereza. Y encima los hay que van a misa para agradecérselo. Dios es el primer vago del universo, si es que, efectivamente, existe.
Escribo hoy esto porque el vigésimo octavo domingo del año 2012 me ha hecho enfadar. He escrito mucho sobre este odiado día y estoy intentando reunir todas las sensaciones aquí, en plan ‘Carta a los domingos’, y también he descubierto que no soy el único que exterminaría a todos los domingos del planeta, pero claro, si lo hiciéramos, los sábados serían los nuevos domingos y eso sí que no.
Así que sólo me queda esperar a que alguien me salve, a que alguien me rescate. Me ha secuestrado un domingo y quizá la única recompensa sea un buen café y una conversación interesante que me haga sentirme lunes renovado. De lo que estoy seguro es de que, para que alguien me salve de un domingo, tiene que ser alguien muy especial, no vale cualquiera.
Y no hay buenos domingos, hay buenas personas que hacen domingos agradables. Ésos son los domingos de manta y peli con la novia y aún de resaca o los domingos de charlas semifilosóficas, o no tan semis, sobre las cosas cotidianas de la vida o las surrealistas o las de sentirse identificado o las de dejarse de sentir raro porque alguien tiene el valor para contarlas. Con café y buena música. O con una Heineken. Lo que sea, lo que te guste, lo que te apetezca y te haga sentirte bien. Ésos son los buenos domingos, ésas son las buenas personas con las que compartir domingos, lunes, martes, miércoles y todos los días de tu vida. El resto de domingos, Prozac o tiro entre ceja y ceja.
Personalmente, me gustaría que alguien viniera y me matara el domingo. Me alegraría que alguien me follara un domingo. Me llenaría por dentro decirle a alguien "ven y sálvame el domingo" y que viniera y me lo salvara. Y a mí. Que alguien me dijera "quiero ser la que te salve el domingo". O ser yo el que te salve los domingos todos los días de tu vida o hasta que el próximo domingo nos separe.
Domingo, 5 de agosto de 2012
13 de octubre de 2011
Domingos que no terminan del todo.
‘Y el domingo se hizo especial’’.
Por qué ella tiene la oportunidad de olvidarme en brazos de otros hombres.
No es justo. Ahora no.
‘Te deslizas como si fueras de viento y al contacto con mis dedos te desvanecieras’.
Lo intenté todo para que fuéramos felices.
‘Recuerdo que sopló la luna y era en pleno día y entre aquellas nubes vislumbraste la estrella polar…y algo más’.
Tuve que decir ‘adiós’, pero aún no me he despedido del todo.
‘Y sé que a veces piensas que estoy algo ido, pero nunca pierdo una sola oportunidad de admirar cómo…
te deslizas como si fueras de viento y al contacto con mis dedos te desvanecieras’.
13-10-2011