Responder con otra pregunta para eludir una pregunta.

«Desde que empezó a expresar lo contrario de lo que sentía, sus mentiras le procuraron más éxitos con las mujeres que cuando les decía la verdad»

Yo, que siempre no he sabido qué responder a preguntas como «¿te gusta?». Piden sinceridad, pero por mucho que las respondas con cariño y empatía que no, que ese collar nuevo que le han regalado no te gusta, se enfadarán. Y así hasta con las preguntas más importantes.

Hace tiempo que pienso que no saber mentir no es una virtud, por mucho que me sienta bien por dentro al decir la verdad. Hace tiempo que pienso que esta actitud dubitativa ante el dilema de no querer mentir y tener que hacerlo para no herir a los que quiero es un mal don. Este mirar para otro lado, este rascarse la nariz, este taparse la boca, bajar el volumen de la voz a medida que se miente a los demás, pero no a uno mismo.

Las mentiras pesan. Quizá por eso hoy que estoy más solo que nunca también me siento más ligero y a gusto conmigo mismo que nunca. Es duro reconocerlo, pero más duro es darse cuenta de que las mentiras, además de pesar, matan mucho menos que las verdades más sinceras.

Que se lo digan a este hueco vacío en la cama o a este eco en el lado izquierdo del pecho que a duras penas se llena con buenas películas y libros de grandes como Ernest Hemingway.

Domingo, 10 de marzo de 2013, 1:38

Dedicatoria: para quien me odia.

Esta es mi manera de ver la vida. Si no le gusta, no tengo otra, así que puede marcharse por donde ha venido.

Cada día un poco más loco.

Para empezar, una fórmula o regla de tres:

Mi suerte con algo es inversamente proporcional a la ilusión que pongo en ese algo.

Vivir en contradicción. Vivir en eterno dilema. Va a ser necesario un vistazo a mis notas para mí. Porque a este paso le siguen adioses solitarios.

Para terminar, un chiste hijo de puta:

Iba un risueño soñador por la calle de los ilusos... y la realidad le dio un guantazo.

Mi Rincón Del Fin

Olor a óxido. Moho y telarañas. Frío. Algún vagón abandonado en un lugar perdido, allá donde se acaba el mundo y empieza el futuro. Patadas en mi espalda marcan el compás. Mis pies descalzos sienten el frío del metal anaranjado. Una melodía de gritos rebota en las paredes de hierro, de forma que, no sé si es un chillido y su eco o mil alaridos desgarradores.

Sentado en el suelo, acurrucado en una esquina oscura, me tapo los oídos con mis manos heladas para oírme mejor. Cierro los ojos. No estoy contento... ni triste. Es mi rincón del fin. No estoy tenso ni relajado. Sólo estoy ausente. Aislado.

Llueve en mí.

Soy el murmullo de la lluvia al caer, refugio en la intemperie.

Soy olor a tierra mojada, rayos y truenos.

También soy paragüas secos, abrigos cerrados hasta arriba, guantes que no me dejan sentirte la piel y bufandas para nuestros cuellos.

Soy otoño, octubre y noviembre; equinoccio, cambio de hora, frío y mantas a los ojos de tormentas.

Soy todo en la melancolía de estos días.

Soy todo, menos vaho entre labios.

Debajo.

Mi sótano de sentimientos.

No sé si barrer los rincones de este íntimo lugar. Quizás vaya siendo hora de quitar el polvo de debajo del corazón...

Esta noche...

Voy a quitarme la camisa de vergüenzas, mis vaqueros con los bolsillos llenos de malos recuerdos y estos zapatos para poder pisar sobre inseguro. Me voy a desvestir de miedos...

Un último puñetazo en el espejo...

Perfecto. Ya estoy listo.

Abro la puerta y me salgo de mí.

Sí, esta noche quiero darme una vuelta por las calles de tu cuerpo...