22 de diciembre de 2014
El vídeo de la vergüenza.
27 de noviembre de 2014
Días de hedor.
2 de septiembre de 2014
14 de abril de 2014
Volver.
Cabizbajo introduzco la llave en la cerradura y abro. Suena en el rellano el eco de la apertura. Froto la suela de los zapatos contra el felpudo de ranitas. Entro, cierro la puerta tras de mí y apoyo la espalda sobre ella. Cierro los ojos, respiro profundamente y dejo caer el maletín al suelo. Al fin en casa. Huele bien.
Natalia ha hecho café para dos. Lo demás ya no importa.
23 de marzo de 2014
20 de marzo de 2014
9 de marzo de 2014
Tener cara de perdedor.
4 de febrero de 2014
29 de diciembre de 2013
Ninguna me satisface.
— No. Ya no me gustan las mujeres como tú.
— ¿Vas a huir? Eres un cobarde. No luchas por lo que quieres.
— Para luchar por algo hay que creer en ello.
3 de noviembre de 2013
24 de octubre de 2013
Te posas en mi hombro.
20 de octubre de 2013
Mi Triángulo de las Bermudas.
Éste de aquí —digo mientras recorro suavemente con el dedo índice sus piernas y su sexo— es mi Triángulo de las Bermudas.
Ella se ríe relajada mientras me mira.
—Llevas mucho tiempo perdido. Dudo que te encuentren ya.
—Ésa es la idea. Quedarme a dormir en este triángulo de placer infinito.
—Empieza a hacer calor en las Bermudas.
Media hora después le confieso:
—Lo que más me gusta de ti es que puedo decirte cosas como "siempre te sabe el coño a canela" sin que me mires como si fuese un pervertido al que hay que exterminar.
Sin decir nada me la chupa y nos dormimos.
16 de octubre de 2013
Siempre darás guerra.
23 de junio de 2013
El vendedor siempre insiste dos veces.
De repente me ha invadido una enorme tristeza y tenía que escribirla para darle una vía de escape, pero supongo que cuando te invaden pretenden todo lo contrario.
Si no abriera la puerta cada vez que llaman dos veces. «Será importante», me digo, pero nunca lo es. Ahora ya no abro. Hago ruido y desde fuera pueden oír mi descaro y mi rechazo y, al cabo de un rato, dejan de insistir en molestarme.
Nadie llama para darte una alegría. Todos vienen a pedirte algo. Y, a pesar de todo, «el interés que uno despierta en la gente no dura mucho». La mayoría se vuelven al prestarles la sal. Nunca se quedan a vivir, pero no les importa pedirte la sal o la pimienta tantas veces como les permita tu dignidad. A veces te la piden a ti, a veces al de al lado. Fírmame aquí. Cómprame esto. Y se olvidan de ti, y con el tiempo, tú de ellos.
¿Y si la gente empezara a llamar desde el otro lado de la puerta, hacia afuera? ¿Respondería alguien?
Tal vez la vida y las relaciones con la gente sean como una labor comercial en la que uno llama a tu puerta para venderte algo y tú lo compras o no. Pero uno nunca sabe qué persona tras la puerta comprará tu producto. Tampoco si hará uso de él por el resto de su vida o, siendo realistas, por algunos años o meses.
A lo mejor por eso hay optimistas y hay pesimistas. Los primeros te dicen que ser comercial es un trabajo como otro cualquiera y que se puede llegar muy alto con esfuerzo; los segundos, que es un trabajo de mierda en el que te tienen explotado por una miseria y en el que sólo los lameculos con labia ascienden. A menudo los primeros son los ilusos y los que se manejan bien vendiendo cosas. Yo, la verdad, nunca he sido un buen vendedor porque, personalmente, si algo no me gusta, prefiero que no me insistan en que sí me guste. Será que la empatía no tiene lugar en una transacción comercial.
De ahí que me digan que siempre lo hago mal en estos casos. No creo que así sea, pero me engaño un poco infantilmente cuando digo «la culpa es siempre de los demás». Y los demás están de más hasta que tirando la puerta abajo para darte una alegría demuestren lo contrario.
30 de mayo de 2013
Sálvese quien pueda.
No, no quiero salvar a nadie. A menudo, las personas siguen con su vida después de que las hayas salvado de lo que fuera que les atormentase. A veces es peor y te arrastran en su caída sorbiéndote las emociones, como un vampiro en medio de un agujero negro. Así que nadie me pida que le salve. Tampoco iba a hacerlo. Que cada uno se rescate solo, como pueda.
8 de abril de 2013
Hasta la próxima despedida.
Quiero, pero
a lo mejor ya lo lloré todo en tiempos peores.
¿Y si ahora no hay nada más que eso?
Sequía
en las entrañas,
en los recuerdos e ilusiones.
Sequía
en todas partes.
Miro por la ventana y pienso
que si la tostada siempre cae
por el lado de la mantequilla
por una mera cuestión de peso,
quizá un ser humano se estrelle de cabeza
por una mera cuestión de insoportable dolor en el pecho.
¿Y si ya lo he llorado todo?
Quiero, pero,
ahora, acurrucado entre las sábanas,
pienso también que tal vez
este abril no será lluvioso.
2 de abril de 2013
3 de abril de 2013
10/11/12 La trece catorce.
Ayer murió mi mejor amigo. Lo atropelló el coche de un diplomático que giraba la calle mientras él cruzaba el paso de cebra.
Esta mañana vinieron algunos periodistas a hacerme unas preguntas por eso del morbo, la ironía y la demagogia. Nunca he sido de mucho llorar, o al menos sólo por épocas en las que lo lloro todo y no vuelvo a hacerlo en varios meses —tal y como está la vida eso es un mérito, aunque todo va por dentro, ya se sabe—. Así que accedí totalmente inexpresivo y con un suave tono de voz les regalé la exclusiva que no estaban esperando:
—No le culpo por matar a mi mejor amigo. Le podría haber pasado a cualquiera, pero es duro. Con la cantidad de malas personas que pululan por ahí haciendo daño a los demás y tienen que atropellar a una gran persona. El mundo ha perdido más que ha ganado. Se ha ido uno de los mejores. No es un tópico, es la pura verdad.
—¿Entonces culpa al señor Valcárcel de ejercer erróneamente la violencia?
Putos periodistas. La mitad barriendo para casa sin escuchar. Me ardía la sangre, pero puse cara de póquer y le mandé a la mierda sin contemplaciones. Ya tenía su titular y yo mi cara en una columna en portada. Pero por si acaso agarré el micrófono arrebatándoselo de la mano izquierda al que me hizo la pregunta y lo estrellé contra el suelo. Luego lo pisoteé mientras cuatro o cinco de los siete periodistas me llamaban facha. Creo que luego se unieron algunos vecinos que pasaban por ahí y aportaron su granito de arena gritándome "asesino".
Abrí el portal y me fui sin despedirme ni dar las gracias. Subí las escaleras rumbo a mi cama, me tumbé en posición fetal y lloré como un idealista frustrado. Tres minutos después me limpié las lágrimas con la manga, pensé en Cortázar, se me ocurrió una historia y escribí esto.
«No me dejan... ¡No puedo ser... bueno!—balbuceé a duras penas»
23 de marzo de 2013
Desertor.
y, a partir de ahí,
ya nunca más.
Soy un débil, un cobarde,
el que se acurruca y llora en la trinchera
mientras los demás pelean.
Hay días que cojo mi arma
y me resigno a ser feliz.
Hay días que agarro una granada enemiga
esperando a que me acabe.
Por qué hay tanta gente mala.
Por qué hay que soportarla.
Me duele la guerra y el buenismo,
pero quién decide lo que es bueno
y lo que no lo es.
Quizá yo soy malo,
para empezar no estoy combatiendo,
aunque el enemigo seamos todos
y uno mismo.
Me hundo en el barro,
sólo espero que un tanque no me vea en el fango
si es amigo
o me vea si no lo es
y me remate.
10 de marzo de 2013
Responder con otra pregunta para eludir una pregunta.
«Desde que empezó a expresar lo contrario de lo que sentía, sus mentiras le procuraron más éxitos con las mujeres que cuando les decía la verdad»
Yo, que siempre no he sabido qué responder a preguntas como «¿te gusta?». Piden sinceridad, pero por mucho que las respondas con cariño y empatía que no, que ese collar nuevo que le han regalado no te gusta, se enfadarán. Y así hasta con las preguntas más importantes.
Hace tiempo que pienso que no saber mentir no es una virtud, por mucho que me sienta bien por dentro al decir la verdad. Hace tiempo que pienso que esta actitud dubitativa ante el dilema de no querer mentir y tener que hacerlo para no herir a los que quiero es un mal don. Este mirar para otro lado, este rascarse la nariz, este taparse la boca, bajar el volumen de la voz a medida que se miente a los demás, pero no a uno mismo.
Las mentiras pesan. Quizá por eso hoy que estoy más solo que nunca también me siento más ligero y a gusto conmigo mismo que nunca. Es duro reconocerlo, pero más duro es darse cuenta de que las mentiras, además de pesar, matan mucho menos que las verdades más sinceras.
Que se lo digan a este hueco vacío en la cama o a este eco en el lado izquierdo del pecho que a duras penas se llena con buenas películas y libros de grandes como Ernest Hemingway.
Domingo, 10 de marzo de 2013, 1:38