Cabizbajo introduzco la llave en la cerradura y abro. Suena en el rellano el eco de la apertura. Froto la suela de los zapatos contra el felpudo de ranitas. Entro, cierro la puerta tras de mí y apoyo la espalda sobre ella. Cierro los ojos, respiro profundamente y dejo caer el maletín al suelo. Al fin en casa. Huele bien.
Natalia ha hecho café para dos. Lo demás ya no importa.
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