Abrió la
puerta de casa y se dio la vuelta para mirarme. La cazadora abierta, el sol de
abril iluminando su blusa de flores y una expresión de agridulce victoria en la
cara. Agarró su pequeño bolso de correa larga y se lo colgó al hombro. Sacó un
cigarrillo, se lo puso en los labios y, mientras lo encendía, me miró fijamente,
de manera desafiante. Inhaló un instante el humo y se apartó el cigarrillo
de la boca para decir con estilo:
-
Eres bueno, pero no
eres brillante.
Y
mientras me rebozaba en la lona por el gancho al hígado, ella salió y cerró con
suave firmeza la puerta. No miró atrás y el árbitro llegó a diez. Me senté en
el suelo y apoyé la espalda contra la pared. En el rellano se oía al público
corear el nombre de la vencedora. Fui a por hielo a la cocina y me eché una
copa. Atravesé el salón hasta la terraza y la vi cruzar la calle. Pensé en
llamarla a gritos o en bajar corriendo a buscarla, pero para qué. Tal vez así
se escriben los grandes fracasos: por la cobardía de los románticos modernos, que
piensan en el futuro más lejano, en vez de en el más inmediatamente próximo y
que pase lo que tenga que pasar.
Pero creo sin querer, que aunque lograra convencerla,
no hay manera de conservar por mucho tiempo a una mujer como ella.
1 comentario:
Muy grande este post
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