3 de agosto de 2012

Obsolescencia programada (I)

Una vez me hablaste de la obsolescencia programada.

***

Hoy leí una frase que decía "cuando estás conociendo a alguien, siempre llega ese momento en el que tienes que decidir si seguir adelante o plantarte" y como kamikaze, como romántico suicida, me inmolé por y para ti.

Me até 20 kilos de C4 alrededor de la cabeza y salimos a pasear por la ciudad. Te idealicé y te vi con otros ojos. Inspiré tu aroma con otra nariz, mi piel era de gallina con un par de huevos antes de ti y probé de tu sed y me supo placenteramente ácida antes de beber de ti. Te idealicé y en pleno éxtasis de la idea hasta te presté el detonador porque me preguntaste por él y en un despiste me volaste la cabeza. Mira, un asteroide ahí va.

otoño

Me dolió mucho, amor. Pero más que la cabeza satélite, lo que me dolía eran las secuelas, el polvo de planes, sueños y promesas flotando en mi habitación, la nada, los porqués, el vacío... El vacío. EL VACÍO. Quise abrazar y sólo encontré aire, un hueco enorme, una extremidad que aún me picaba y que ya no estaba, joder. Y el cuchillo, oh, cariño, eso era lo peor. Nunca me han apuñalado, pero no debe ser muy diferente a aquello. Esa sensación de desgarro lento en las tripas que me hacía retorcer y mutar en feto. No sé si era un enano cabrón, tú sádica en la distancia o cada una de las mariposas armada hasta los dientes intentando sobrevivir, intentando escapar de esa prisión putrefacta, de esa selva de desilusiones y desesperanzas que incluso un vietnamita curtido en la batalla habría odiado hasta el punto de desear su propia muerte antes que esa tortura, antes que esa brutalidad en las entrañas.

Y mientras, morí varias veces al día, ahogado en sal, aquel raro diciembre.

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