Mostrando entradas con la etiqueta Obsolescencia programada. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Obsolescencia programada. Mostrar todas las entradas

9 de agosto de 2012

Obsolescencia programada (IV)

Salí rápido del hospital de idealistas terminales. Y tú fuiste casi tan rápida como yo en tirarme la caña, así, como si nada. Yo, que más que atún me veía holograma de boquerón, me pregunté qué demonios te pasaba en el cerebro, si es que alguna vez lo habías tenido. Te echo de menos. Que me echabas de menos. Abstrayendo tus palabras algo de razón tenías. Me echabas. Menos. Eso era yo.

Te di la razón como a los locos, quise ser pragmático y me rompí en tu lecho de madrugada, pero no, esta vez no me até ninguna mierda explosiva a ninguna parte de mi cuerpo porque no quería, porque te veía venir y porque tampoco tenía demasiado cuerpo como para atarme cualquier cosa. Y en cuanto a lo de pasear, paseamos básicamente por mi cama, salvo dos o tres días.

Eso debió de molestarte mucho. Eso de no poder juguetear con el botón rojo de un detonador te puso de muy mal humor, te puso muy tú. Fuiste a por todas, ya lo creo que sí. Tenías tal cabreo que sacaste todo tu repertorio de maldades y sartas de engaños. Y entonces, la noche que me pusiste la puntilla en forma de cuerno, fue la definitiva.

***

Una vez me hablaste de la obsolescencia programada y comprendí. Se nos quedó obsoleto el amor. Lo programaste tú. O quizá fui yo.

 obsoleto

2 de agosto de 2012

Obsolescencia programada (III)

El verano fue una excusa para lavar y curar con sal las heridas y para tratar de empaparme y mojarme, pero sólo me tostó las ilusiones. Cáncer de pecho y sin ganas ni de cáncer ni de quimio ni siquiera, a veces, de palmarla.

Pasaron los meses y, con tanta radiación y tanto frío en soledad, cogí una neumonía mental y quise volver a saber de ti, que la mosca ya no me importaba tanto porque ahora me sentía Spider-man.

Así que me até 50 kilos de dinamita al torso y salimos a pasear por la ciudad con muchas dudas y esta vez me injerté el detonador bajo la piel para prevenir. Te hacía el amor o lo que fuera ya eso lo justo y suficiente para que no pareciera intencionado el uso de mis nuevos superpoderes. Te quería hacer sufrir por detrás como tu cuchillo en mi espalda para que supieras lo que se siente. Más tarde, acabé sucumbiendo a mi idealismo crónico y enfermizo.

amanteguisante

Un día salimos a cenar y al llegar a casa, entre jadeo y orgasmo, me arañaste la espalda para quitarme el detonador. Como hombre, yo no estaba a lo que estaba, y hasta que no eyaculé, no sentí la metralla en lo que me quedaba ya de alma: la mitad de la mitad de la mitad de la mitad.

Pasé unas semanas preguntándome qué coño me había pasado, qué coño me había aniquilado vilmente. Finalmente, me sacaron por la puerta de atrás de la plaza, muerto de heridas, cornudo de por vida.

tormentadeverano

6 de agosto de 2012

Obsolescencia programada (II)

Pero el masoquista tira para el Cáucaso, donde un águila devora cada día los corazones regenerados con esa misma frecuencia de todas las personas que se atreven a subir allí, a volver o a dejar que les suban. Y entonces me sentí como Jacob, como te dije una vez, el sarcástico y masoquista Jacob.

Y me até 40 kilos de nitroglicerina al torso y salimos a pasear por la ciudad, al principio con cuidado de ver dónde y cómo pisábamos, pero enseguida nos atrevimos a correr, a saltar, a saltar a lo Heidi y de la mano y a la pata coja. Me cogiste el detonador, pero sólo un rato, eh, sí, tonto. Y ahora a caballito y ahora en brazos y a dar volteretas y fue cuando intenté ganarte corriendo de espaldas.

dos

Una piedra que me resultaba familiar me hizo tropezar y caí y ponte tú a levantar a un tío con 40 kilos de nitroglicerina pegados al cuerpo. Pasaste del tema, necesitabas tiempo, tiempo para ponerte en forma y pensar, pensar en cómo levantarme haciendo el mínimo esfuerzo. Y lo pensabas mientras mirabas cómo se posaba una mosca en tu ombligo, justo al mismo tiempo que yo era una cucaracha patas arriba y, aunque no me llamo Gregorio ni mi padre Frank, juro que me sentí así.

Me cansé de esperar, así que aproveché una patada y un consejo para darme la vuelta. Fui a tu casa a recoger el detonador y me reventé yo mismo el pecho, total, de ilusos y putas al río, y te dejé con la mosca en el ombligo y la puerta en las narices. Y ¡ay! ¡Que me has hecho daño! ¡Justo iba a salir ahora a por ti!

Típico.

3 de agosto de 2012

Obsolescencia programada (I)

Una vez me hablaste de la obsolescencia programada.

***

Hoy leí una frase que decía "cuando estás conociendo a alguien, siempre llega ese momento en el que tienes que decidir si seguir adelante o plantarte" y como kamikaze, como romántico suicida, me inmolé por y para ti.

Me até 20 kilos de C4 alrededor de la cabeza y salimos a pasear por la ciudad. Te idealicé y te vi con otros ojos. Inspiré tu aroma con otra nariz, mi piel era de gallina con un par de huevos antes de ti y probé de tu sed y me supo placenteramente ácida antes de beber de ti. Te idealicé y en pleno éxtasis de la idea hasta te presté el detonador porque me preguntaste por él y en un despiste me volaste la cabeza. Mira, un asteroide ahí va.

otoño

Me dolió mucho, amor. Pero más que la cabeza satélite, lo que me dolía eran las secuelas, el polvo de planes, sueños y promesas flotando en mi habitación, la nada, los porqués, el vacío... El vacío. EL VACÍO. Quise abrazar y sólo encontré aire, un hueco enorme, una extremidad que aún me picaba y que ya no estaba, joder. Y el cuchillo, oh, cariño, eso era lo peor. Nunca me han apuñalado, pero no debe ser muy diferente a aquello. Esa sensación de desgarro lento en las tripas que me hacía retorcer y mutar en feto. No sé si era un enano cabrón, tú sádica en la distancia o cada una de las mariposas armada hasta los dientes intentando sobrevivir, intentando escapar de esa prisión putrefacta, de esa selva de desilusiones y desesperanzas que incluso un vietnamita curtido en la batalla habría odiado hasta el punto de desear su propia muerte antes que esa tortura, antes que esa brutalidad en las entrañas.

Y mientras, morí varias veces al día, ahogado en sal, aquel raro diciembre.

Related Posts with Thumbnails