9 de marzo de 2014

Tener cara de perdedor.

Abrió la puerta de casa y se dio la vuelta para mirarme. La cazadora abierta, el sol de abril iluminando su blusa de flores y una expresión de agridulce victoria en la cara. Agarró su pequeño bolso de correa larga y se lo colgó al hombro. Sacó un cigarrillo, se lo puso en los labios y, mientras lo encendía, me miró fijamente, de manera desafiante. Inhaló un instante el humo y se apartó el cigarrillo de la boca para decir con estilo:

-   ­Eres bueno, pero no eres brillante.

Y mientras me rebozaba en la lona por el gancho al hígado, ella salió y cerró con suave firmeza la puerta. No miró atrás y el árbitro llegó a diez. Me senté en el suelo y apoyé la espalda contra la pared. En el rellano se oía al público corear el nombre de la vencedora. Fui a por hielo a la cocina y me eché una copa. Atravesé el salón hasta la terraza y la vi cruzar la calle. Pensé en llamarla a gritos o en bajar corriendo a buscarla, pero para qué. Tal vez así se escriben los grandes fracasos: por la cobardía de los románticos modernos, que piensan en el futuro más lejano, en vez de en el más inmediatamente próximo y que pase lo que tenga que pasar.


Pero creo sin querer, que aunque lograra convencerla, no hay manera de conservar por mucho tiempo a una mujer como ella.





1 comentario:

Yo misma dijo...

Muy grande este post

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