5 de abril de 2013

Un eterno mayo.

—Córtalos más pequeños.

—Pero si son pequeños.

—¿A ti te parece eso pequeño? Imagínate a una señorita metiéndose en la boca ese pedazo de trozo de tomate.

El jefe de cocina se quedó mirándome comprensivo, pero sin perder la seriedad típica del que manda. Me imaginé a una chica joven, bien vestida y peinada pinchando con el tenedor el trozo que acababa de cortar y tratando de introducirlo en su boca de labios carmín y, la verdad, no era una imagen para nada agradable, aunque lo primero que pensé fue en un erotismo idiota producto de mi cerebro masculino. Inevitable. Asentí y corté los tomates en trozos más pequeños.

Al terminar mi jornada de trabajo, mientras volvía a casa en el coche, me pilló una caravana en la autopista y empecé a darle vueltas a lo que me había dicho el señor Deineau. Recordé los desayunos de capuccino y cookies con Marta en aquellas mañanas tras haber pasado la noche juntos en su casa. Me acordaba especialmente de una de las mañanas. No fueron demasiadas, pero ésa aún la conservaba en mi memoria, aunque es posible que a estas alturas ya la hubiera idealizado.

Recordé cómo los rayos del sol entraban por la ventana. Ella se despertó primero. Mientras nos desperezábamos decidimos darnos un baño juntos antes de desayunar. Fue al servicio y abrió el grifo. El ruido del agua cayendo inundaba toda la casa. Marta aprovechó para ir a hacer algo a la cocina mientras yo simplemente miraba a mi alrededor tapado y desnudo bajo las sábanas de la cama de sus padres. Estábamos solos y yo era feliz, o por lo menos, medio feliz, o quizá me creía feliz y realmente no sabía si eso era ser feliz —la mosca siempre revoloteó detrás de mi oreja más o menos cerca—. Después de unos minutos en los que Marta vino a besarme y decirme que era una marmota y que me levantara ya de la cama, decidí dejar de remolonear, me incorporé y fui a ver el nivel del agua en la bañera. Perfecto. Temperatura también. Cerré el grifo y fui a buscarla a la cocina.

En la bañera nos sentamos el uno frente al otro. Nos masturbamos mirándonos a los ojos y cuando el agua se empezó a poner fría nos frotamos con jabón suavemente con las manos. Nos secamos con las toallas y salimos del baño. Ella estaba realmente apetecible con el albornoz así que empecé a besarla, la tiré a la cama sobre él, reímos, hicimos el amor y al 1364303992terminar, extasiados, hablamos de cosas banales mientras intercalábamos miradas al techo de la habitación y a nuestros ojos. Y creo que era feliz. Ahí, mientras el sol me acariciaba el lado derecho de la cara, ahí, apoyado en el lomo de su juguetón perro, pensé que quién pudiera vivir en un eterno mayo de paseos de la mano por el parque mientras todo lo bueno nace y la primavera te salva la vida.

Aunque ahora que lo pienso, hace tanto tiempo de aquello que sería injusto por mi parte no deciros que eso no fue un sol de mayo, sino nada más que un marzo demasiado soleado.

***

«Cuando Jan finalmente volvió a casa —una semana más tarde— me acusó de haber estado con una mujer, porque todo estaba tan limpio. Me atacó muy airada, pero era sólo una defensa para ocultar sus remordimientos. Yo no podía comprender por qué no la mandaba de una puñetera vez a la mierda. Me era inexorablemente infiel. Se iba por ahí con el primero que se encontraba en un bar, cuanto más guarro y miserable fuera, mejor. Continuamente utilizaba nuestras peleas para justificarse. Yo no dejaba de repetirme que ninguna mujer del mundo era una puta, sólo la mía»

2 comentarios:

Carmen dijo...

me hiciste llorar...

Rubén dijo...

Entonces eso significa que es bueno, pero no llores. Te invito a un batido de helado del sabor que quieras, que la primavera ya está aquí y ha venido a salvarte.

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