23 de junio de 2013

El vendedor siempre insiste dos veces.

De repente me ha invadido una enorme tristeza y tenía que escribirla para darle una vía de escape, pero supongo que cuando te invaden pretenden todo lo contrario.

Si no abriera la puerta cada vez que llaman dos veces. «Será importante», me digo, pero nunca lo es. Ahora ya no abro. Hago ruido y desde fuera pueden oír mi descaro y mi rechazo y, al cabo de un rato, dejan de insistir en molestarme.

Nadie llama para darte una alegría. Todos vienen a pedirte algo. Y, a pesar de todo, «el interés que uno despierta en la gente no dura mucho». La mayoría se vuelven al prestarles la sal. Nunca se quedan a vivir, pero no les importa pedirte la sal o la pimienta tantas veces como les permita tu dignidad. A veces te la piden a ti, a veces al de al lado. Fírmame aquí. Cómprame esto. Y se olvidan de ti, y con el tiempo, tú de ellos.

¿Y si la gente empezara a llamar desde el otro lado de la puerta, hacia afuera? ¿Respondería alguien?

Tal vez la vida y las relaciones con la gente sean como una labor comercial en la que uno llama a tu puerta para venderte algo y tú lo compras o no. Pero uno nunca sabe qué persona tras la puerta comprará tu producto. Tampoco si hará uso de él por el resto de su vida o, siendo realistas, por algunos años o meses.

A lo mejor por eso hay optimistas y hay pesimistas. Los primeros te dicen que ser comercial es un trabajo como otro cualquiera y que se puede llegar muy alto con esfuerzo; los segundos, que es un trabajo de mierda en el que te tienen explotado por una miseria y en el que sólo los lameculos con labia ascienden. A menudo los primeros son los ilusos y los que se manejan bien vendiendo cosas. Yo, la verdad, nunca he sido un buen vendedor porque, personalmente, si algo no me gusta, prefiero que no me insistan en que sí me guste. Será que la empatía no tiene lugar en una transacción comercial.

De ahí que me digan que siempre lo hago mal en estos casos. No creo que así sea, pero me engaño un poco infantilmente cuando digo «la culpa es siempre de los demás». Y los demás están de más hasta que tirando la puerta abajo para darte una alegría demuestren lo contrario. 

1 comentario:

M dijo...

Genial la última frase (:

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