La intimidad de los susurros.
Me encanta mirarte. No me cansaría nunca de hacerlo. Por eso ahora observo tus manos abrir el sobre de azúcar y me doy cuenta de que la gente no suele fijarse en éstas, y lo cierto es que unas manos bonitas siempre son agradables a la vista. Están como en la sombra que provoca una sonrisa, una melena dorada y todo eso que complementa tus ojos verdes y no tiene que ver con tu silueta.
Mientras escucho cómo se rasga el papel del sobre, me abstraigo de todo lo demás y me percato de la belleza de tus manos.
- ¿Qué miras?
Me sacas del ensimismamiento. Levanto la vista. Me estás analizando con tus ojazos. Sonrío como te gusta. Me imitas y te contesto como quien cree que es obvia la respuesta:
- A ti.
Apartas la mirada avergonzada y le das vueltas al café. Sólo se oye el tintineo de la cuchara en la taza. Me acerco por detrás a ti y me inclino para lograr la intimidad en un susurro:
-Te quiero.
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