17 de octubre de 2012

El mundo es demasiado pequeño como para ser un pañuelo.

No me termino de acostumbrar a despedirme, pero el adiós está ahí. Cada cierto tiempo te cruzas con aquél o sabes de tal o piensas en cuál. Y nada. No sabes si fue de raíz o si fue poco a poco, el caso es que ya no. Ya no hay ‘feeling’, ya no hay confianza, por no haber, no hay ni un mísero qué tal. La complicidad murió por el camino. O la matamos. O la perdimos por no cuidarla. O vete a saber. Culpa tuya o mía, eso qué más da a estas desalturas de la vida. Y sé muy bien que las mejores relaciones se sustentan en la complicidad. Cada día me voy quedando con menos cómplices de supervivencia y hacer que nazca en alguien o recuperarla requiere tanto trabajo que no tengo ganas de volver a empezar.

Todos tenemos al menos a una persona de la que sabíamos todo y lo sabemos hasta que se marchó o nos marchamos. Y ahora qué. Sólo nos queda una tímida, triste y educada sonrisa acompañada de un hola en voz muy baja que esconde un tremendo adiós con sabor a te echo de menos que dura los dos segundos que tardas en cruzarte con esa persona/s. Apetece girarse en un arrebato de nostalgia, pero preferimos seguir. Seguir.

La ciudad está llena de perfectos desconocidos. Miradas transparentes que un día lo fueron todo. Queman.

Crecer es aprender a despedirse.

No sé si estoy aprendiendo o si me estoy negando. Y si crezco, entonces es que estoy muriendo.

El tiempo pasa, el mundo gira, la gente cambia… o no.

17 del 10 de 2012, miércoles

1 comentario:

Bárbara dijo...

No sé como haces para escribir todos mis pensamientos y sentimientos.

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