20 de septiembre de 2009

Esa puta montaña.

Estoy subiendo a su cima, una vez más. Voy con más cuidado, pruebo caminos distintos a los anteriores para llegar a lo más alto, voy mejor preparado que la última vez (o eso creo), cada fallo me ha hecho madurar (¿o sólo me ha endurecido más?). Aparentemente todo es similar, pero hoy tengo más ganas que nunca de llegar al final, de pisar sobre seguro, de mirar a mi alrededor y alegrarme de mi hazaña (quizás esté exagerando, quizás lo tenga idealizado... Pensarlo me vence). Todo es parecido sólo que esta vez soy más vulnerable. Cualquier paso en falso, cualquier brisa allí arriba, cualquier inocente bola de nieve me haría caer otra vez (esa eterna caída), atravesar la barrera de nubes y volver a las profundidades del mundo desde donde no se divisa la claridad del cielo, ni siquiera mínimamente (tal vez un leve resplandor, el mismo que me trajo al lugar donde me encuentro), donde cada vez me siento más a gusto (se ha convertido en costumbre), pero que aún así no se lo deseo a nadie, si acaso a los que ignoran el cielo y suben sin más.

Necesito tocar ese cielo, pero el placer ahora crece exponencialmente y podría fracasar estrepitosamente (una vez más). Después no sabría decir: ¿abandonar ese sueño o desvestirme el miedo para volver a intentarlo?

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