26 de enero de 2013

Nata montada.

Y ahí estaba yo, cocinando nata montada para echártela en el coño.
Sonó el timbre de casa. Abrí. Eras tú. Ya casi está. Volví a la cocina. Perfecto, contestaste. Cerraste la puerta y fuiste directa a la habitación a desnudarte. Quizá empezaras a tocarte.
Nuestra dinámica era esa cada día. Yo compraba fresas para posarlas y devorarlas en tus pezones. Tú traías canela y te la echabas en los labios mientras yo preparaba la nata montada con la que te untaría todo el conejo para luego comértelo y tú a mí.
Luego, follábamos y pensábamos en follarnos otra vez mientras nos follábamos. Y cuando terminábamos de follarnos compartíamos nuevas ideas para follarnos mejor, de nuevo y sin caer en odiosas rutinas.
Y estaba bien. Para qué queríamos más después de todo.

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