29 de enero de 2010

Cuánta la gente y cuán pocas las personas.

Qué razón tenía el perfecto maestro de la imperfección cuando decía que estamos tan acostumbrados a que nos mientan y a mentirnos que ya no nos creemos ni la propia verdad.

"¡Ese se ha vuelto loco!". "Es un falso". "Te estás contradiciendo".

¿Cómo es posible que aún se dude tanto de que haya bondad en alguien y no sólo interés. ¿Y si dice realmente lo que piensa? Es más, contradecirse no es malo, ya lo decía el. La contradicción es la base de la rectificación de un error. Y de los errores se aprende. Sí, equivocarse no es ser gilipollas, es empezar a serlo un poco menos. ¡Qué sabio! Para evolucionar es necesario hacerlo a todos los niveles, y con esto me refiero también a la opinión personal. Pero claro, ¿a quién le interesa cambiar su forma de pensar? No, no. Mejor me quedo aquí en la oscuridad de esta ignorancia no vaya a ser que me dé por escuchar a los demás. Que esa es otra. Ya nadie escucha. Y cito textualmente: "Estamos todos sumidos en un inmenso, solitario y ensordecedor silencio, y lo misma da que nos digan, nos expliquen, nos cuenten, nos avisen, nos chillen o nos susurren. Monólogos secuenciados que sólo guardan breves silencios para esperar impacientemente a que el otro acabe. Andamos más sordos que mudos". Y ya, en vez ceder por igual en nuestras posiciones para llegar al diálogo, nos encargamos mejor de pisar al contrario, de hablar con los oídos tapados, de emitir antes que recibir, y así pasa.

Pero bueno, me estoy yendo por las ramas con tanta tontería por aquí y tanta chorrada por allá. A lo que voy.

Yo, personalmente, creo en la maldad innata de la gente pero todavía conservo algo de fe en la honestidad de las personas. Y es que al final va a ser eso.

Cuánta la gente hipócrita que piensa lo que miente. Cuánta la gente y cuán pocas las personas.

Va por ti, Ángel.
 

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